miércoles, agosto 30, 2006

El Amor de Omar, I Parte.

Pobre Omar.

Más de un año envuelto en su fantasía romántica con la chica de la barra. Pobre Omar, hoy lo vi morir ahogado en lágrimas, repitiendo ese nombre como en una prédica, llamándola a gritos...

"Vendrás?, todavía te espero, lo prometiste perra!".

Omar, Omarcito, te dejaste engañar, te dejaste morir, pobre. Recuerdo cuando pasábamos frente a tu casa y estabas ahí apoyado en la ventana, buscando el día y la noche, el día y la noche, pasábamos y comentábamos, "ves a Omarcito? pobre, es la versión aún más triste de Penélope. Y que espera? la verdad, ni él mismo lo sabe". Pobre Omar, sentado en el bar, concentrado en su vodka tonic, recitándole poemas a la chica de la barra.

Ella era hermosa, sin duda, pero estaba loca. Tenía un novio en aquella época, Ferdinand, y cada noche él la esperaba fuera del bar, como un perro aguardando por su presa. La llevaba del brazo, y se perdían entre gritos por la calle, luego subían a un auto y seguían dándose tirones. Ella salía del auto llorando, él golpeaba el techo con sus puños y hervía en su mezcla extraña de amor y odio por la chica del bar. Ella gemía, gritaba histérica, luego imploraba, parecía que rogaba, la hermosa chica del bar no tenía orgullo, no tenía nada, aparte de su preciosa imagen de chica de barra de bar. Y necesitaba de Ferdinad esa extraña mezcla de amor y odio. Y necesitaba de Omarcito y sus lamentables poemas. Y necesitaba de cada hombre que acudía por las noches al bar, en busca de un vodka tonic y de una palabra suya, que en realidad no sonaba a nada, pero podía ser cualquier cosa en la cabeza de cada uno de los hombres que acudían a la barra del bar, por ella. Su risa era en realidad una mueca de pánico disfrazada bajo el maquillaje y el cabello despeinado.

Fuera del bar la esperaba, como cada noche, su novio Ferdinand y el resto de su locura: la mezcla de vacío y aburrimiento, el piso de madera de su casa, las paredes silenciosas, las puertas entreabiertas. De vez en cuando pensaba en Omarcito, el pobre y lamentable chico de los poemas, le provocaba ternura la imagen de aquel gordo derrotado, que acudía cada noche, imperturbable, a su barra, con su boca llena de insalvables poemas de unicornios y fiestas de cumpleaños.

Una de tantas noches, ella pensó que tenía que librarse de Ferdinand porque era él quien la mantenía prisionera con su amor enfermo. Esa noche, como pocas, no acudieron muchos hombres a la barra del bar, porque el día anterior había estado especialmente dispuesta y sonriente con todos y más de alguno se sintió aburrido de su belleza vacía. Incluso, alguien comentó a la salida que la chica del bar le parecía especialmente vulgar esa noche.

Sin embargo, Omarcito se presentó como cada noche, pidió su vodka tonic y se largó con su vendaval de palabras sin sentido, de paréntesis y arteriscos, de puntos y giros inusuales en el vocabulario. Ella sonreía y se mostraba complacida por cada una de las letras escupiadas por ese gordo triste que olía a biblioteca y soledad. "Omarcito", dijo ella, "me quieres?, me amas?". El pobre Omar no daba crédito a sus oídos. Era un sueño hecho realidad. La chica del bar, su sueño de toda la vida, se materializaba en mujer a través de esas palabras, preguntas directas a lo profundo de sus sentimientos, a sus fantasías, a recuerdos inventados por él mismo para componer el vacío de su propio mundo.

-si -murmuró con suavidad, al tiempo que apagaba su walkman y se acercaba milimétricamente al rostro de la chica de la barra, buscando un beso soñado que ya tenía la forma de los labios rosados y húmedos que viajaban hacia él en ese espacio. Ella se alzó en punta de pies, fijando su mirada en aquel rostro patético, convenciéndose de que debía ser hermoso, viendose a si misma reflejada en la desesperanza del pobre Omarcito. Se besaron. Ella dejó la barra y lo hizo salir por la puerta donde entran y salen los clientes, lejos del callejón oscuro donde aguardaba Ferdinand.